Hace muchos
años un gran amigo mío me dijo que la vida era como una mesa que se sostenía
sobre cuatro patas, de las cuales dependía su estabilidad:
La familia (amor), los amigos, la salud y
el trabajo (dinero)
También me
dijo que, a lo largo de la vida, hay etapas en las que una de las patas se
puede romper. Estas etapas son lo que llamamos crisis, y es en estos momentos de crisis en los que debemos ser conscientes de nuestra realidad, y
centrarnos en arreglar nuestra pata para volver a tener estabilidad, ya que, si
no lo hacemos, se puede producir efecto en cadena que haga que se rompan más
patas y que nuestra mesa se caiga al suelo.
Este coraje
para afrontar estas crisis e intentar salir adelante en busca de nuestra
estabilidad vital y hacer que nuestra mesa, no solo no se caiga, sino que se
refuerce sobre patas o pilares más sólidos es lo que actualmente llamamos “resiliencia”, aunque de toda la vida
se le ha llamado “echarle huevos y tirar
p´alante”.
¿Y cómo hacemos para arreglar nuestra mesa?
Pues no tengo recetas mágicas, pero os voy a contar algo que me ocurrió a mí.
Corría el año
2009, y en esa época me pasó lo que mi amigo me había contado unos años antes, una
de las patas que sostenían la mesa de mi vida se rompió, y varias de ellas
comenzaron a desestabilizarse. Lo peor de todo es que me encontraba totalmente
perdido, no era consciente de lo que me pasaba, ni por qué, y lo peor de todo,
es que no tenía ni idea de cómo arreglarlo y seguir adelante.
En aquellos
momentos yo no sabía casi nada de lo que os estoy hablando ahora, por eso
quiero compartir mi vivencia con vosotros, por si puede ayudar a alguien que
esté tan perdido como yo lo estaba en ese momento.
¿Qué fue lo que hice entonces? Como mi
autoestima estaba bastante “deteriorada”, decidí que debía hacer algo grande
para demostrarme a mí mismo que podía ser capaz de “conseguir lo que me
propusiera”, así que me propuse un reto.
¿Y cuál fue mi reto? Como os cuento, yo
quería hacer una locura, algo que para mí fuera imposible (lo que os voy a
contar no es ninguna cosa del otro mundo, pero para mí en esos momentos sí lo
era), yo no había hecho deporte en mi vida, además mi vida sedentaria había
hecho que estuviera bastante pasado de peso y mi capacidad cardiopulmonar
era…dejémoslo en “bastante mejorable”. En resumen, tenía 32 años y estaba
gordo, fofo y totalmente fuera de forma.
Así que decidí
que iba a correr el maratón de Madrid el 25 de abril del 2010. Además decidí
que no iba a correr ninguna carrera antes, ni de 5km, ni 10km, ni media
maratón…solo el maratón de Madrid.
Podéis
imaginar la reacción de mi círculo cuando se lo dije, unos me ignoraron, otros
se rieron y otros me dijeron que estaba loco, lo que hizo que mi motivación
inicial se fuera por los suelos.
Afortunadamente,
en vez de desistir antes de empezar, busqué ayuda en alguien que me la podía
ofrecer y recurrí a otro gran amigo mío (por suerte, la pata de mis amigos es
bastante fuerte) que era especialista en estas tareas, me puso un plan de
entrenamiento y solo me dijo una cosa:
“Entrena, entrena, entrena, y cuando no tengas ganas de entrenar…sigue
entrenando”
Y eso fue lo
que hice, durante siete meses me centré en entrenar, hiciera frío, calor,
lloviera o tuviera que hacerlo por la noche o de madrugada, y os puedo asegurar
que muchos días no tenía ninguna gana de entrenar, pero me acordaba de las
palabras de mi amigo y…seguía entrenando.
El 24 de
abril, el día antes de la carrera, le llamé y le pedí un último consejo para la
misma, creyendo que me iba a dar recomendaciones de nutrición, hidratación…y su
respuesta fue, llevas 7 meses preparándote para el día de mañana, el trabajo ya
está hecho, has sufrido preparándote, así que mañana solo…disfruta.
Y así fue, el
25 de abril de 2010, junto con otras 10.000 personas tomé la salida de mi “gran
prueba” y 4 horas y media después, con lágrimas en los ojos y 15 kilos menos de
los que tenía cuando comencé a entrenar, crucé la meta.
Desde
entonces, me demostré a mí mismo que era capaz de cualquier cosa, de que,
aunque se me rompiera cualquier pata de mi mesa, con objetivos, ayuda, planificación
y esfuerzo podría conseguir lo que me propusiera, y que nunca iba a dejar que
mi mesa se fuera al suelo.
¿Y por qué os cuento todo esto? Porque
todos tenemos una mesa, estable muchas veces, pero con patas rotas de vez en
cuando. Cuando esas patas se rompen, es nuestra y solo nuestra la
responsabilidad de:
-
Ser conscientes de que se ha roto una pata.
-
Ser conscientes de que si no arreglamos esa
pata, las demás patas están haciendo un esfuerzo extra y puede llegar un
momento que se rompan también.
-
Que es nuestra decisión centrarnos en arreglar
las patas de nuestra mesa para buscar su estabilidad.
-
También es decisión nuestra, en vez de intentar
arreglarla, quedarnos lamentándonos porque se ha roto una pata y buscando
culpables. Puede haber muchos culpables de que nuestra pata se haya roto, pero
eso es IRRELEVANTE, lo realmente importante es que solo nosotros mismos somos
los responsables de arreglarla.
-
Y por último, si queremos arreglar nuestra mesa,
no siempre será fácil, porque muchas veces no sabremos cómo hacerlo, pero
debemos tener claro un objetivo, pedir ayuda a quien sepa hacerlo o haya pasado
por lo mismo, planificar cómo lo vamos a hacer y “entrenar, entrenar, entrenar
y cuando no tengamos ganas de entrenar, seguir entrenando”. Y una cosa debéis
tener clara, podéis encontrar millones de razones para no “entrenar”, pero solo
una para hacerlo “porque queréis”. Es vuestra decisión si queréis poner una
excusa o decidís hacerlo.
Al final os
aseguro que son más los beneficios que los sacrificios, ya que, además de
encontrar nuestra estabilidad, lo bueno de arreglar nuestra mesa es que, como
todo en la vida, cuantas más veces lo hagamos, más fácil nos resultará hacerlo
y, sin que nadie nos haya enseñado cómo, habremos desarrollado eso que ahora
llamamos “resiliencia”, aunque yo prefiero el término antiguo.
Por volver a
mi ejemplo, la primera vez que corrí la maratón de Madrid supuso la consecución
de algo que yo consideraba imposible, algo que nunca pensé que pudiera hacer.
Sin embargo,
en la actualidad, con unos cuantos años más y, afortunadamente, sin haber
recuperado ninguno de esos 15 kilos, el mes de abril siempre es especial porque
vuelvo a experimentar las mismas sensaciones que hace 6 años, cada vez con
mejor resultado y con menos esfuerzo.
Además, cada
año al cruzar la meta recuerdo que, si quiero conseguir algo en esta vida, ya
sea en el terreno personal, familiar, afectivo, profesional, laboral…no puedo
hacer otra cosa que:
“Entrenar, entrenar, entrenar y cuando no tenga ganas de
entrenar…seguir entrenando”
Héctor Trinidad
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por participar, un fuerte abrazo.